martes, 25 de noviembre de 2008

voces de la calle

se escucha en el piquete de los vecinos de la villa 31 a un señor que dice:

"macri sufre de pobrefobia"

y sigo pensando que esas voces anónimas, las del pueblo, son sabias.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Cuentos de la tana (la literata que no fue)


Anagrama

El día que lo encontré, jugaba a esconderse de todos los miedos en una esquina callada de la Paternal.

Supe, por la intensidad y la angustia de esas manchas redondas, oscuras, magulladas, que estaba esperando que algo, que alguien se lo llevara lejos del frío y de esa gente.

Ubicó de un salto su cuerpo sobre el hueco que se armaba entre mi brazo y la bolsa de las compras y sin dudarlo, con un mínimo remolino de sonidos, me pidió, esta vez a mí, que me lo lleve.

Ningún sentido era poco, puse toda mi inteligencia, que la maestra decía que era mucha, e imaginé un plan para esconderlo en casa.

Pasamos las barracas atrevidos, insolentes, como si alguna fuerza que no entendíamos nos moviera a correr, mientras tanto, las ideas daban vueltas como un trompo en mi cabeza.

En esa época vivíamos en una fábrica tomada al lado de las vías del San Martín, con otras cuarenta familias, llenas de hijos, vaciadas de todo.

Recluté a mis hermanos atrás de la casilla de los boletos, y les mostré mi nuevo premio, una golosina no masticable a la que asaltaron las caricias, las cosquillas y los besos ruidosos, así nuestro botín empezó a formar parte del paisaje, junto con los rieles y las ratas.

Refunfuñaba sin parar, creo que odiaba la cama que le inventamos con una llanta vieja y trapos de piso, porque una mañana encontré a mi hermana llorando con la cuna deshecha entre las manos, creía que nuestro peluche nos había abandonado sin despedirse.

O tal vez, fue el almuerzo de ese domingo que siguió a la última vez que lo vi.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Cosas raras


Esto lo encontré en la Revista Viva cien años, de 1944. Una mezcla rara de Para ti con la revista de cormillot. Yo entiendo esto como el principio de todos los problemas....

Cuentos de la tana (la literata que no fue)

La Lollobrigida

Cuando Raquel está de guardia me siento libre. Diría, por momentos, feliz. La casa se llena de espacios por descubrir y soy un pez en el agua; un nene frente a su regalo de Navidad. En este tiempo que pasó, Raquel se volvió cada vez más intolerante, me reta como una madre déspota por cada detalle fuera de tiempo y forma. Cada vez que se va a trabajar me repite un inmundo “Si te las mandás, te mato”, todo lo que el llamaríamos una dulce esposa.
Creo que me engaña. Estoy convencido. Y es entendible, ayer me pasó otra vez, como los últimos siete años. Con ella no puedo, con ella no. Me paraliza, me gana la culpa, la miro a los ojos, y no puedo.
Pero hoy Raquel se diluye y, lo repito, me siento soberano. Pasa tres veces a la semana: lunes, miércoles y sábado. Hoy es miércoles. Hoy puedo tener mi descarga. La casa, enorme y vacía como una escuela en madrugada, me atrapa. Después de un baño caliente, preparo una cena que alcanzaría para alimentar a una familia italiana un domingo al mediodía. Pongo un disco de Violeta Rivas y me muevo al compás, sosteniendo a mi compañera de baile que hoy será, Gina Lollobrigida.
Bailamos dibujando círculos en la alfombra del living, girando con “Sabor a mi” de fondo. Así pasamos unos minutos eternos, paradisíacos, perfectos. Estoy invadido por una embriaguez desenfrenada, un fuego extraño y ajeno a mi vida tal como la conozco.
La cargo en mis brazos, la desvisto y beso cada diagonal de su cuerpo. Ella me acompaña, pero está somnolienta y sus movimientos son algo torpes. Si bien no me importa demasiado, voy más despacio, intento no lastimarla. Me detengo en sus pies, después en sus rodillas y me acerco de a poco al ángulo que me regalan sus muslos
No tengo que pensar en Raquel, ni en mi vieja, ni en nada. Las últimas dos veces que lo hice, pasé un papelón: primero ante la Loren y después con la Coca Sarli. Pero hoy no va a pasar, Gina está magnífica.
Sus tetas casi inexistentes apenas sobresalen en el pecho, están como floreciendo. Tiene la piel aterciopelada y cálida; su pelo lacio se hace un ovillo entre las sábanas. No consigo dejar de acariciarla. Como siguiendo las ondas de un electrocardiograma, freno y acelero, por momentos más relejado y por otros estoy en medio de una lucha libre desquiciada. Hace mucho, años creo, que no tengo esta rigidez pendiendo entre las piernas. ¿Sé que hacer? ¿Puede uno olvidarse de cosas como estas o es como andar en bicicleta?
La Lollobrigida me ofrece su espalda, y en esa contorsión repta ondulante en un crescendo que temo infinito. Gira con una mueca extraña, me besa el pecho sin mirarme a los ojos, se desliza, se detiene donde debe, mis manos ofician de guía.
Saberme con autoridad frente a esta maravilla, a la que no le doy asco y quien, aunque brusca comienza a incorporar los procedimientos; la sensación del poder en carne propia es fascinante.
Así sigue, así acabo, así corre su carita, desperezándose y a las carcajadas me mira y me dice:
- Papá, me hiciste pis encima.

La tana