La Lollobrigida
Cuando Raquel está de guardia me siento libre. Diría, por momentos, feliz. La casa se llena de espacios por descubrir y soy un pez en el agua; un nene frente a su regalo de Navidad. En este tiempo que pasó, Raquel se volvió cada vez más intolerante, me reta como una madre déspota por cada detalle fuera de tiempo y forma. Cada vez que se va a trabajar me repite un inmundo “Si te las mandás, te mato”, todo lo que el llamaríamos una dulce esposa.Creo que me engaña. Estoy convencido. Y es entendible, ayer me pasó otra vez, como los últimos siete años. Con ella no puedo, con ella no. Me paraliza, me gana la culpa, la miro a los ojos, y no puedo.
Pero hoy Raquel se diluye y, lo repito, me siento soberano. Pasa tres veces a la semana: lunes, miércoles y sábado. Hoy es miércoles. Hoy puedo tener mi descarga. La casa, enorme y vacía como una escuela en madrugada, me atrapa. Después de un baño caliente, preparo una cena que alcanzaría para alimentar a una familia italiana un domingo al mediodía. Pongo un disco de Violeta Rivas y me muevo al compás, sosteniendo a mi compañera de baile que hoy será, Gina Lollobrigida.
Bailamos dibujando círculos en la alfombra del living, girando con “Sabor a mi” de fondo. Así pasamos unos minutos eternos, paradisíacos, perfectos. Estoy invadido por una embriaguez desenfrenada, un fuego extraño y ajeno a mi vida tal como la conozco.
La cargo en mis brazos, la desvisto y beso cada diagonal de su cuerpo. Ella me acompaña, pero está somnolienta y sus movimientos son algo torpes. Si bien no me importa demasiado, voy más despacio, intento no lastimarla. Me detengo en sus pies, después en sus rodillas y me acerco de a poco al ángulo que me regalan sus muslos
No tengo que pensar en Raquel, ni en mi vieja, ni en nada. Las últimas dos veces que lo hice, pasé un papelón: primero ante la Loren y después con la Coca Sarli. Pero hoy no va a pasar, Gina está magnífica.
Sus tetas casi inexistentes apenas sobresalen en el pecho, están como floreciendo. Tiene la piel aterciopelada y cálida; su pelo lacio se hace un ovillo entre las sábanas. No consigo dejar de acariciarla. Como siguiendo las ondas de un electrocardiograma, freno y acelero, por momentos más relejado y por otros estoy en medio de una lucha libre desquiciada. Hace mucho, años creo, que no tengo esta rigidez pendiendo entre las piernas. ¿Sé que hacer? ¿Puede uno olvidarse de cosas como estas o es como andar en bicicleta?
La Lollobrigida me ofrece su espalda, y en esa contorsión repta ondulante en un crescendo que temo infinito. Gira con una mueca extraña, me besa el pecho sin mirarme a los ojos, se desliza, se detiene donde debe, mis manos ofician de guía.
Saberme con autoridad frente a esta maravilla, a la que no le doy asco y quien, aunque brusca comienza a incorporar los procedimientos; la sensación del poder en carne propia es fascinante.
Así sigue, así acabo, así corre su carita, desperezándose y a las carcajadas me mira y me dice:
- Papá, me hiciste pis encima.
La tana
1 comentario:
Este es tu mejor cuento.No digo "es y será" porque te tengo una fe ciega...
besotes Tanita! =)
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